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Por Solange Arredondo, presidenta de Fundación Do! Smart City.

La ciudad sí es inteligente

El inicio de año es un momento oportuno para reflexionar sobre cómo se gestionan las ciudades y de si el modelo de las Smart Cities es un aporte para los desafíos urbanos que se enfrentan.

Generalmente, el concepto Smart City se asocia con la tecnología, casi de manera única, dejando de lado lo central: cómo se mejora el  funcionamiento de la ciudad usando la tecnología  y de qué manera esto puede mejorar la calidad de vida de las personas. Esta visión limitada ha implicado que el aporte al desarrollo de la ciudad sea aún incipiente, pese al interesante desarrollo de esta industria, las exitosas experiencias internacionales y que haya cada vez más profesionales y expertos en ciudades inteligentes.

Así que mientras sigamos observando este ecosistema sólo como un asunto tecnológico, continuaremos desaprovechando las potencialidades de estas herramientas para tener y vivir mejores ciudades.

Mucho se ha escrito sobre lo que se requiere para una eficiente gestión de la ciudad. Por ejemplo, que a pesar de su complejidad, existe consenso en que la estrategia y visión de largo plazo, coordinación entre actores, buena gobernanza y fortalecimiento de gobiernos locales, son requerimientos claves para abordar sus desafíos. Estos son tan relevantes como la planificación urbana, la movilidad, el acceso a la vivienda, la eficiencia energética, la gestión de residuos, por mencionar algunos.

Si hay tanto consenso, ¿podemos avanzar más rápido? En este impulso, la tecnología puede ser clave facilitando una mayor eficiencia pero también el hacer que las iniciativas sean más transparentes y tengan mayor escala, sobre todo dándole a las personas un rol más central.

Más bien, se trata de la participación de un “ciudadano inteligente” que cumple un rol fundamental en el proceso de transformación de la ciudad, ya que, por medio de la tecnología, interactúa con el entorno, aporta datos abiertos para la toma de decisiones y colabora en la planificación colectiva.  Es decir, la incorporación de las nuevas tecnologías en la gobernanza urbana proporciona herramientas y mejores soportes para avanzar hacia ciudades más sostenibles y resilientes.

Esta nueva mirada viene de la mano con el cambio que se ha gestado durante la pandemia, en el que mientras algunas personas ahora sienten cierta aversión al cambio, otras han aprendido que las cosas se pueden hacer de una manera distinta.

Por esto mismo, es necesario reestructurar las políticas públicas de desarrollo de las ciudades no sólo con más coordinación pública-pública o pública-privada, sino que también con un rol central de las personas, lo que no será posible sin el uso de la tecnología.

Sabemos que los desafíos del nuevo gobierno son casi infinitos, pero muchos de ellos podrán resolverse mejorando estos espacios que llamamos ciudad -donde vivimos, trabajamos, disfrutamos, creamos, entre tantas otras cosas-, que al ocupar toda esa inteligencia que entre todos generamos, no cabe duda traerá enormes beneficios para los habitantes.